Siempre es en otro lado, en otro país. Cuando mas, siempre le sucede a extraños. A otra familia de la que nunca hubiéramos sabido.
Y es que el ser humano tiene esa necesidad, esa capacidad; la de ubicar las tragedias donde no puedan verse, escucharse, olerse.
Pero los infortunios, -como las sorpresas o las casualidades-, traen sus propios planes, sus propias angustias. Y cuando tocan a la puerta, no dan espacio a que las abras, no, te avasallan.
Y a menudo, -cuando ya se han ido-, hasta sin la capacidad de abrigarte te dejan. Ese fue también el sabor de aquella noche de julio. Una cualquiera, -rutinaria y calurosa-, como son las noches en Texas.
Primero, un tono fuera de lo común , alterando los decibeles del escáner policial. Luego el grito de un productor de nuestra mesa de asignaciones noticiosas: “shooting, officer down”, urgía.
Hasta ahí , las rutinas, las palabras familiares de cada párrafo para aquel noticiero nocturno en preparación, los rutinarios audífonos con melodías de ocasión. Teclado abandonado, inmediata carrera al Estudio.